El parón frenético – Jon Tugores y sus fotografías del Eixample barcelonés tomadas a alta velocidad
Es aquel momento fugaz. Más corto que un parpadeo inconsciente. Apenas una quincuagésima fracción de segundo. Justo entonces sucede. Ni un poco antes ni un poco después; un instante congelado; la medición de tiempo y espacio.
Ya sin velocidad, todo se detiene. Estando parado uno distingue los más mínimos detalles, desconcertado por la apariencia desconocida. Inicia la búsqueda de respuestas a detalles irritantes. Cuestionando, rechazando, reformulando las tesis. Que por lo general resulta nuevamente ser demasiado imprecisos, permitiendo una observación aún más precisa. Sólo la quietud, la inmovilidad, permite la reflexión en nuestro mundo fugaz.
“For here am I sitting in a tin can, far above the world, Planet Earth is blue, and there’s nothing I can do”[1] canta David Bowie en Space Oddity. Desde que el 24 de diciembre de 1968 el astronauta Bill Anders a bordo del Apolo 8 tomara su famosa foto del globo terrestre elevándose sobre el horizonte lunar, entendemos el mundo como un sujeto. “Oh my God, look at that picture over there! There’s the Earth comin’ up. Wow, is that pretty!”[2] (Bill Anders). La esfera, que brilla en azul, destaca sobre la nada negra. De repente, podemos contemplar nuestro mundo, del que hasta ahora siempre habíamos sido una parte íntegra. Esta primera visión desde la distancia nos hace ser conscientes de la fragilidad del planeta y también da lugar al movimiento verde, muchos años antes del nacimiento de Greta Thunberg.
Nuestro Rocketman sin embargo, no es Bill Anders, sino Jon Tugores, arquitecto y piloto de aviones comerciales barcelonés que combina dos profesiones aparentemente dispares con sus botas en el fango de la obra; en un blazer azul a 10.000 metros sobre el mar, a gran velocidad en la aproximación a la vibrante metrópolis. La unión con la tierra, la vista de del pájaro, unidos. La suma de estas profesiones es más del doble. Agudizando su visión tanto de los detalles como del panorama general.
Uno podría objetar que gracias a Google Earth ya no es necesario subir al espacio. En casa podemos recorrer cómodamente el mundo en la pantalla, incluso sumergirnos en las profundidades de los océanos o circunnavegar la luna, emulando a Bill Anders. También retroceder en el tiempo para ver lo que revela el diario fotográfico del pasado. Mediante Google Earth nos posicionamos exactamente dónde y cuándo nos importa. Idealizado, purificado, optimizado.
El panorama de Jon Tugores se presenta mucho más complejo. Su punto de mira está definido por las rutas determinadas por los controladores aéreos, el momento exacto por el plan de vuelo. Sólo en contadas ocasiones Jon consigue colar una pequeña modificación. Aunque su cámara siempre está lista, los cristales de la cabina de mando siempre limpios: De repente, unas nubes cubren el objeto, se amontonan sobre la ciudad, un frente lluvioso impide obtener la fotografía deseada. ¿Cómo se supone que se puede reconocer algo en un vuelo a ciegas? Su arte consiste en capturar el momento fugaz. El resto depende del mundo.
Definitivamente, estas no son imágenes de Google Earth purificadas de todas las inclemencias meteorológicas. Hay lluvia, relámpagos y truenos, las turbulencias nos estremecen, y con demasiada frecuencia se busca el vago camino a través de lo desconocido, lo borroso, lo inexplicable. El piloto, el fotógrafo, el arquitecto, el espectador, el pasajero transportado; todos son sacudidos. La calima desciende delante de nosotros, ocultando el objeto tras un velo. En el mundo real las cosas rara vez son precisas, las dudas e incertidumbres están más presentes de lo que nos gustaría. Así, las fotografías en las que Jon Tugores retrata Barcelona a menudo sólo revelan vagamente el objeto. En el universo del pensamiento del espectador, es decir en la fusión de la observación momentánea y de su conciencia, con el deseo y el anhelo del ver, se forma algo nuevo, único. De este modo, cada individuo construye su propia Barcelona. La imperfección provocada por las adversidades meteorológicas y aeronáuticas transforma las imágenes de Jon en poesía.
Pero la vista desde la altura del vuelo sobre el Eixample también permite reconocer otro fenómeno. El usuario de la ciudad percibe la manzana sólo en su volumen negativo. Vemos calles y en el mejor de los casos, patios. Vemos el vacío. La esencia real del Eixample, esos bloques construidos de 113 x 113 m que se repiten sin cesar, sólo puede percibirse indirectamente. Sólo la vista desde una altura o la visión abstracta de un plano de la ciudad hacen comprensible la esencia real: El volumen construido que define los espacios exteriores.
En 1859, el ingeniero Ildefonso Cerdá predijo de manera visionaria el progreso tecnológico. Las calles de 20 metros de ancho del plan del Eixample son el resultado de su análisis de los sistemas de transporte que se mueven a diferentes velocidades: Tranvías con motor de vapor, carros tirados por caballos, porteadores, peatones, y luego tuberías subterráneas de agua y alcantarillado. Todos los flujos de transporte están separados entre sí y permiten el movimiento a velocidades optimizadas. Una visión conceptual que, sorprendentemente, fue capaz de absorber la increíble invasión del transporte privado a motor a partir de los años 60.
La historia de nuestra civilización es, en palabras de Paul Virilio, “un proceso imparable de aceleración inducida por la tecnología”. Por supuesto, Cerdá no sabía nada de coches ni de aviones, y mucho menos del Apolo 8, pero su plan ha sobrevivido a todo, en una permanencia[3] casi insuperable. Sin embargo, según la tesis de Virilio, con la inmediatez de nuestra comunicación en Internet, sentados inmóviles frente al ordenador, pronto entraremos en la era del «parón frenético». El progreso ininterrumpido de la aceleración se ve amenazado por una regresión total.
Las fotografías de alta velocidad congeladas de Barcelona realizadas por Jon Tugores son la imagen optimista y poética de nuestro tiempo. «Hay ojos por todas partes. No más puntos ciegos. ¿Qué soñaremos cuando todo se haga visible? Soñaremos con ser ciegos». (Paul Virilio).
Texto: Hans Geilinger, Guiding Architects Barcelona
[1] «Porque aquí estoy sentado en una lata, muy por encima del mundo, el planeta Tierra es azul, y no hay nada que pueda hacer»
[2] «¡Dios mío, mira esa foto de ahí! Ahí está la Tierra subiendo. ¡Vaya, qué bonito!»
[3] Nos referimos al concepto de permanencia urbana de Aldo Rossi
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